viernes, 5 de diciembre de 2008

El INCONSCIENTE NARRATIVO

  Federico Campbell 
  
 El talento político de Obama 
es, directamente, talento 
narrativo. Sabe contar su propia 
vida y sus ideas como fruto de 
su experiencia vital y sabe 
utilizar las historias de vidas, 
las biografías, como apólogos 
que le sirven para discutir 
y transmitir sus ideas políticas. 
Lluís Bassets 
Vimos el martes 4 de noviembre de 2008 lo que puede ser la alegría política. A los seres humanos —en lo que les queda aún del niño que llevan dentro— basta tocarlos con el pétalo de una ilusión para que salgan a las calles y las plazas a festejarlo, como en una fiesta mayor. Se trata del entusiasmo político que despiertan los líderes y las revoluciones: la necesidad de creer. Es una algarabía instantánea y muy emotiva. Vivimos predispuestos —más que puestos— a la esperanza. Sucedió en los primeros meses de 1994 con el lavantamiento zapatista en Chiapas. Sucedió durante la campaña de López Obrador en 2006. Sucedió en 1959 cuando los jóvenes y guapos revolucionarios de Cuba tomaron el poder. Y la comprobación de esta idea (que más bien es una corazonada) la vimos más de una vez y en más de un lugar en las banquetas y las calles de muchísimas ciudades norteamericanas, en los parques Grant y Milenium de Chicago y en el legendario Central Park de Nueva York cuando se anunció que Barack Obama había ganado las elecciones presidenciales más que duplicando el número de votos estatales de su oponente. 
Más tarde o más temprano se impone el principio de realidad y viene la decepción. Vuelve la gente a poner los pies en la tierra. La pérdida del encanto resulta tan previsible como inevitable. Con el paso del tiempo, el joven Felipe González ya no conmueve tanto; el joven Fidel Castro no arrebata tanto como en sus primeros años de triunfo; no se sabe qué figura proyectará Zapatero dentro de diez años; Robert Kennedy no alcanzó a desvanecerse porque alguien lo interrumpió al principio del camino. Pero lo que importa de Obama aquí y ahora, aquí a sus 47 años —sea como vaya a ser el futuro irrevocable—, es el presente y el porvenir —otra vez— de una ilusión. 
Y no está mal que sea así nuestra animalidad política. La historia avanza porque los jóvenes tienen una mayor capacidad de ilusión. Tienen toda la vida por delante, se sienten eternos, y no saben de los fracasos (los proyectos políticos fallidos) de quienes los antecedieron. 
Entre las enseñanzas de la campaña exitosa de Obama está —aparte del inusitado e imaginativo uso del internet: propositivo, no insultante, masivo— la participación de los jóvenes. Pero esos jóvenes no son únicamente los muchachos desempleados o trabajadores. Son también los jóvenes estudiantes que tienen un plus: empiezan a ser cultos y la cultura supone un mínimo de conciencia política que, en este afortunado caso, se puso en campaña. 
Sigue creyéndose, en un sector muy amplio de la población, que la lectura no sirve para nada. Bueno, señores, pues resulta que puede servir para llegar al poder. Puede ser muy útil para llegar a la Presidencia. ¿Por qué? Porque, como en los tiempos clásicos, la oratoria de plaza sigue siendo el principal promotor del entusiasmo político. ¿Cómo se construye bien temperado un discurso en el que aparecen en su justo lugar y en el momento exacto las ideas y las emociones? 
Respuesta: cuando se tienen asimiladas miles de lecturas desde que uno es muy joven. Las ideas, el pensamiento, la imaginación, la claridad, la capacidad de articular o concatenar emociones e ideas, el talento para poder expresarlas, son sólo posibles en la sostenida conversación con los muertos, es decir, con los autores del pasado que desde el libro nos hablan. 
Y ese factor intelectual contó mucho en la competencia de los dos políticos norteamericanos. Era evidente la superioridad intelectual de Obama frente McCain. En el fondo de la templanza de Obama había y hay una educación literaria. Aprendió, como el escritor de oficio, a hacer conexiones: a relacionar una idea con otra, a intercalar a final de párrafo, en su justo momento, la misma frase (“Yes, we can”) como hacía Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare. (“Pero Bruto es un hombre honorable. Pero Bruto es un hombre honorable.”). Hay musicalidad en su oratoria. 
Lluís Bassets piensa que el político postmoderno necesita contar con una potente biografía, capaz de sintonizar con las mayorías “que deben apoyarle y a la vez debe saber contar sus ideas políticas a través de relatos, de historias concretas, con rostros, nombres, apellidos y aliento vital”. 
El lunes, un día antes de la elección, Barack Obama se presentó ante una multitud en alguna ciudad de Florida. Y lo primero que les dijo fue: “Hoy sólo voy a decirles una palabra: Mañana.” Y ese mañana era el día de la elección pero también era la idea de un futuro promisorio, un énfasis en la continuidad de la vida, un recordatorio de la esperanza. Eso es tener sentido del lenguaje: “Mañana.” ¿Cuántas cosas puede significar la palabra mañana? 
Escribió dos libros, de su puño y letra (Los sueños de mi padre y La audacia de la esperanza): un conjunto de ensayos políticos y una autobiografía que no es sino un Obama escrito a mano.  “La narración es una de las formas de construcción de la identidad. Lo que llamamos el yo es una narración. El pasado es una narración y el futuro es una propuesta narrativa todavía no publicada”, escribe Constantino Bértolo.
Supo expresarse, en su discurso de aceptación y agradecimiento, con un personaje: una anciana de más de cien años que vive en Atlanta. Personalizó la idea, creó un personaje, contó una historia. Acudió a las metáforas y a los símbolos. Y ya se sabe que (aunque no se sabe por qué) el corazón humano es más proclive a entender mejor una idea o un pensamiento cuando se le obsequia en forma de cuento. Por eso los niños tienen hambre de cuentos. Por eso la gente anda en busca de historias (novelas, películas, reportajes, chismes). Porque a través de la narración, añade Constantino Bértolo, se le ofrece al ser humano la experiencia de la comprensión. Y de esa manera —tanto ahora como en los tiempos de Cicerón— el orador conecta con el inconsciente narrativo de las masas. 
 
Postscriptum
Una asociación de ideas, que explica aquello de que “sin querer lo piensa uno”, ha producido al menos metafóricamente el concepto de “inconsciente narrativo”. Esas ideas proceden de Noam Chomsky, que de manera conjetural y no experimental pero con gran consenso entre los lingüistas sostiene que desde muy temprana edad aprendemos el lenguaje gracias a una predisposición neurobiológica innata. También se debe al encuentro indeliberado de la ideas (la asociación involuntaria, pudo haber dicho Marcel Proust) que está en la percepción de Jacques Lacan en el sentido de que el inconsciente se expresa a través del lenguaje. Y a Carl Gustave Jung: su muy fecunda noción del inconsciente colectivo o impersonal. Y no menos a Mark Turner, neurocientífico y profesor de literatura, cuando dice que siempre que hablamos estamos contado una historia.

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