AGRADECEMOS LA AMABLE COLABORACIÓN DEL DR MANUEL ANGEL CASTILLO COLMEX
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Estados Unidos y la reacción xenófoba contra la inmigración latina
Por: Autor Invitado | 31 de diciembre de 2015
Por, Leandro Morgenfeld, profesor de la Universidad de Buenos Aires.
Serie Desafíos Latinoamericanos, 6
Estados Unidos se forjó como un país de inmigrantes que poblaron su extenso territorio en el siglo XIX, atraídos por el sueño de “hacer la América”. En los últimos años, con el avance de la inmigración hispana, se está produciendo un cambio demográfico significativo. Como reacción, se erige un muro en la porosa frontera con México y resurge un discurso racista y xenófobo, llevado al paroxismo por el precandidato a la presidencia Donald Trump, quien hasta ahora encabeza las encuestas del Partido Republicano. Sectores conservadores resisten la aprobación de una reforma migratoria que otorgue cobertura a millones de habitantes que son superexplotados por vivir en la ilegalidad.
Desde la época colonial, América del Norte se nutrió de inmigrantes, que fueron desplazando a los pueblos originarios. Si primero provenían de Gran Bretaña y Francia – además de los millones de africanos que fueron traídos por la fuerza como esclavos –, ya en el siglo XIX fueron incrementándose los contingentes del Sur y Este de Europa. Hasta la Primera Guerra Mundial, más de 30 millones de habitantes del Viejo Continente cruzaron el Atlántico para afincarse en la tierra prometida. Ya en la segunda mitad del siglo XX, las principales corrientes migratorias hacia Estados Unidos provinieron de Asia y América Latina. En 1875 se aprobó la primera ley de inmigración, y a partir de ese entonces se fue sancionando una compleja legislación, que intentó regular y controlar los flujos poblacionales. Durante la Gran Depresión, más de 400.000 mexicanos fueron deportados. Hacia 1954, se lanzó la Operación Espaldas Mojadas – desde los años ‘20, así se denominaba despectivamente a los inmigrantes mexicanos que habían llegado ilegalmente, muchos de ellos atravesando el Río Bravo –, que expulsó a más de un millón de inmigrantes del país vecino.
El primer quinquenio del siglo XXI batió un nuevo récord ya que llegaron más de 8 millones de inmigrantes, casi la mitad de los cuales lo hizo en forma ilegal. Tras los atentados del 2001, se estableció una política más restrictiva contra los que llegaban sin papeles. El presidente George W. Bush lanzó la Operación Guardián y en 2007 inició la construcción de un oprobioso muro para endurecer los controles en los más de 3.000 km de frontera con México.
El problema de la inmigración indeseable es global. El capital tiende a eludir las barreras nacionales, pero los Estados las refuerzan, respondiendo a lógicas no siempre compatibles. Se negocian y ponen en vigencia tratados de libre comercio que consagran la libre movilidad de las mercancías y los flujos financieros, pero no así de las personas, otorgando así mejores condiciones para explotar al trabajo. Esto ocurrió hace dos décadas, por ejemplo, cuando se aprobó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (conocido como NAFTA, por su sigla en inglés), que alentó la instalación de maquilas en México, pero no permitió la libre circulación de trabajadores mexicanos en Estados Unidos. La diferencia económica entre ambos países es abismal: el PBI de Estados Unidos es 24 veces superior al de México. Por la persistente diferencia salarial al Norte y Sur del Río Bravo, cientos de miles de latinoamericanos intentan cada año cruzar una de las fronteras más peligrosa del mundo. Según la Organización Internacional de la Inmigración, entre 2000 y 2014 murieron alrededor de 6.000 personas tratando de atravesarla. La negativa a legalizar a los inmigrantes indocumentados – actualmente más de 11 millones – responde a una racionalidad económica: permite la sobreexplotación de la fuerza de trabajo más descalificada, entre la que destacan los latinos.
Los trabajadores de origen hispano, junto a los afroamericanos, son quizás los más explotados en Estados Unidos. A diferencia del resto del mundo, en ese país no se celebra el 1 de mayo, sino el Labor Day, el primer lunes de septiembre, con escasas connotaciones reivindicativas. Sin embargo, en 2006, millones de trabajadores latinos organizaron el 1 de mayo una gran huelga y boicot, y marcharon por sus derechos, exigiendo una reforma migratoria integral. A partir de entonces, esa fecha, emblemática para el movimiento obrero a nivel mundial, cobró creciente relevancia también en Estados Unidos, donde se entremezclan así las identidades étnicas y de clase.
La extensísima frontera entre Estados Unidos y México alberga a una población aledaña de más de 10 millones de personas, la mayoría viviendo del lado del Sur. Casi 500.000 indocumentados atraviesan anualmente y en forma clandestina ese poroso límite, buscando un trabajo mejor pago. México se transformó en una zona tapón, el paso obligado para miles de centroamericanos que cada semana arriesgan sus vidas afrontando la odisea de la entrada clandestina. Las descripciones de los vejámenes que padecen inundan las crónicas periodísticas. Como señaló José Luis Hernández, un joven hondureño que fue mutilado al intentar entrar ilegalmente, “México es la escoba que usa Estados Unidos para limpiar la basura que no quiere que llegue a su país”. El submundo de corrupción que rodea la inmigración de los sin papeles es infernal.
A partir de los cambios demográficos que produjo el creciente peso hispano en la sociedad y la cultura estadounidenses – hoy son más de 55 millones, superando así a los afroamericanos como primera minoría –, influyentes intelectuales, como Samuel Huntington, argumentan que está en peligro la identidad nacional, que se corre el riesgo de una bifurcación. Hoy existe un poderoso lobby para oponerse a una reforma migratoria que permita legalizar a los millones de indocumentados. En la actual campaña electoral, de cara a las elecciones presidenciales de 2016, reapareció un discurso xenófobo y racista, encarnado en el magnate Donald Trump, quien escaló en las encuestas denigrando a los inmigrantes latinos, y en particular a los mexicanos: “Están enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores, y algunos supongo que serán buena gente, pero yo hablo con agentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Una de sus provocadoras propuestas es que, de llegar a la Casa Blanca, obligará al gobierno mexicano a financiar la expansión del muro que delimita parte de la frontera. También prometió deportar a los más de 11 millones de sin papeles en su primer año y medio como presidente. Trump es un emergente de una tradición xenófoba y racista que representa a una porción de la sociedad estadounidense, llevando al límite la idea del destino manifiesto y del pueblo elegido. Para evitar la destrucción del sueño americano que enarbolaron los blancos angloprotestantes que fundaron el país, argumentan, es necesaria una depuración de la sociedad estadounidense, expulsando a los indeseables.
La artista mexicana Ana Tereza Fernández ha "borrado" la frontera entre México y Estados Unidos, interviniéndola artísticamente. El muro parece abierto, aunque la continuidad entre la playa y el mar no es otra cosa que una pintura sobre los barrotes de hierro que separan ambos países. (Ana Tereza Fernández: "Borrando la frontera")
En la campaña de 2008, Obama logró movilizar a su favor el voto latino prometiendo que en los primeros 100 días de su gobierno aprobaría una amplia reforma migratoria. Sin embargo, se acerca el final de su segundo mandato y todavía no pudo instrumentarla. Los republicanos, en la Cámara de Representantes, frenaron en 2013 un diluido proyecto bipartidista que había sido aprobado en el Senado. En noviembre de 2014, Obama dispuso una acción ejecutiva para frenar las deportaciones – que vienen incrementándose en los últimos años –, pero ésta fue bloqueada por la Justicia, tras una demanda de gobernadores de varios estados. Con minoría en ambas cámaras del congreso desde enero de este año, Obama intenta seducir nuevamente a los latinos para reforzar las chances electorales de su partido, de cara a las próximas presidenciales. Por eso aprovechó la reciente visita del Papa Francisco para presionar políticamente a los legisladores de la oposición. En su visita a Filadelfia, el líder de la Iglesia Católica señaló: “Recordemos las grandes luchas que llevaron a la abolición de la esclavitud, la extensión del derecho de voto, el crecimiento del movimiento obrero y el esfuerzo gradual para eliminar todo tipo de racismo y de prejuicios contra la llegada posterior de nuevos americanos”. El Papa hizo reiteradas alusiones a la injusta situación de los inmigrantes y en 2016 visitará México, donde se esperan acciones simbólicas sobre esta problemática.
El señalamiento de la inmigración como un peligro y un flagelo que amenaza a la sociedad es un emergente de la ofensiva ideológica neoconservadora estadounidense. Disponer de un mercado de trabajo fragmentado, segmentado y competitivo, dificulta la organización unificada de la fuerza de trabajo. Alienta la competencia entre trabajadores (legales o ilegales, nacionales o extranjeros) para dificultar la solidaridad y la consolidación de una conciencia de clase. El objetivo es desplazar las tensiones y contradicciones verticales, entre clases sociales, hacia conflictos horizontales, ya sea étnicos, raciales o nacionales. Abordar el tema migratorio, en Estados Unidos, exige analizar las contradicciones fundamentales de un sistema cuyo objetivo es el lucro y no el bienestar o la ampliación de los derechos colectivos, a través del intercambio y la convivencia de una sociedad diversa.
Leandro Morgenfeld es Doctor en Historia. Profesor de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del IDEHESI-CONICET. Integra el Grupo de Trabajo CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Peña Lillo/Continente, 2011) y de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos (Capital Intelectual, 2012). Firma el blog www.vecinosenconflicto. blogspot.com
República Dominicana y Haití: entre la fraternidad y la doctrina del conflicto
Por: Autor Invitado | 01 de diciembre de 2015
Por, Matías Bosch C., director ejecutivo de la Fundación Juan Bosch, República Dominicana.
Serie Desafíos Latinoamericanos, 5
El pueblo dominicano y el pueblo haitiano comparten lazos de una larga y resistente solidaridad. Aunque la independencia de 1844 con que fue creada la República Dominicana se hizo en guerra contra el poder haitiano, eso no limitó ni antes ni después este vínculo profundo.
La isla entera, conquistada por el naciente imperialismo de España en 1492, sufrió los embates del colonialismo. Los cacicazgos – disposiciones territoriales de la sociedad taína que abarcaban a toda la isla – enfrentaron la violencia conquistadora, padeciendo sus consecuencias. Al respecto relató Bartolomé de las Casas:
Los españoles entraban en los poblados y hacían pedazos a niños, viejos y mujeres embarazadas. Apostaban entre ellos para ver quién con un cuchillazo abría al medio un hombre, o le cortaba la cabeza o le abría las entrañas. Elevaban largas horcas de trece en trece víctimas, en honor y reverencia a Nuestro Redentor y a los doce apóstoles. Traían leña, prendían fuego y los quemaban vivos. Mataban a los líderes quemándolos a fuego lento para que los alaridos de sus desesperados tormentos ahuyentasen sus almas. Yo vi todo eso y muchas otras acciones de hombres inhumanos, sin piedad y bestias feroces, extirpadores y enemigos del linaje humano.
La Hispaniola era entonces parte de la frontera imperial española. Los esclavos traídos desde África bajo el dominio de España en la isla, habiéndose dado ya el exterminio de los pueblos originarios, emprenderían sublevaciones muy pronto, en el siglo XVI. También establecerían “manieles”, comunidades de esclavos que se liberaban y apartaban del dominio conquistador, estableciendo sociedades autónomas y autorreguladas. En 1697, con la negociación que cedió la parte oeste de la isla a Francia, por parte de España, empieza el trazado de nuevas fronteras, hacia el interior de la isla, con sus determinaciones económicas, lingüísticas, raciales y políticas.
La República de Haití, independiente desde 1804, empezó a gobernar en toda la Isla en 1822. Ello no se hizo a través de una ocupación violenta. El lado Este, que había estado en poder de España y de Francia, se había independizado a fines de 1821, se autodenominó Estado del Haití Español y luego se afilió a la Gran Colombia impulsada por Bolívar. En muchísimos puntos, la población y núcleos dirigentes del Este adherían a una anexión con Haití. No hubo consenso en qué tipo de independencia y en relación con que bloque establecerla. En 1822 se izó la bandera haitiana y se inició el gobierno de Boyer en toda la isla, de manera pacífica.
El régimen de Boyer fue derivando en excesos de poder y abusos tanto en el Oeste como en el Este. Lo que se conoce como la guerra domínico-haitiana llevada a cabo en cuatro campañas entre 1844 y 1856, en realidad no fue una guerra que enfrentó a los pueblos, más bien fue una guerra obedeciendo a caudillos. El historiador dominicano Franklin Franco explica en su obra que era imposible que el ejército dominicano recién constituido derrotara con tanta ventaja al ejército haitiano en las primeras batallas de 1844, siendo que aquél era más numeroso, mejor entrenado y armado. La explicación, para Franco, reside en que la soldadesca haitiana en realidad no tenía ninguna convicción ni voluntad de hacer esa guerra, arrastrados simplemente por sus jefes y los intereses de éstos. Los dominicanos, por su lado, eran motivados por el objetivo de la independencia. Ya un año antes, en 1843, el presidente Boyer había sido derrocado en la sublevación del Sur de Haití: el rechazo al régimen imperante atravesaba toda la isla.
Haití, el primer país independiente de América y la primera república negra del mundo, ayudaría firmemente a los dominicanos en su lucha por la restauración de la independencia ante España y contra la tiranía de Pedro Santana entre 1861 y 1865. Los guerrilleros y luchadores nacionalistas contra la primera ocupación norteamericana (entre 1915 y 1934 en Haití y entre 1916 y 1925 en República Dominicana) colaborarían entre uno y otro lado de la frontera. En 1965, cuando Estados Unidos volvió a invadir Santo Domingo, numerosos combatientes haitianos tuvieron una destacada participación, incluyendo varios mártires caídos en suelo dominicano.
Más tarde, en 2010, al ocurrir el terremoto devastador en Haití, la ayuda dominicana fue la primera en llegar. Miles de dominicanos se movilizaron a través de la frontera para asistir a las víctimas, y República Dominicana fue el primer y más grande centro de acogida de los desplazados de aquel país. El presidente haitiano en aquel trágico momento declaró:
El presidente dominicano, Leonel Fernández, ha sido el primero en presentarse y llegó con un gran contingente de apoyo. Además de la importante cooperación humanitaria, se comprometió a ayudarnos en lo que ahora constituye una de nuestras prioridades que es restablecer las telecomunicaciones, la energía eléctrica y la comunicación terrestre. Gracias a los esfuerzos del gobierno dominicano hemos comenzado a restablecer estos servicios.
La macabra historia de la “invasión haitiana”
El concepto de “invasión haitiana” con el que se han justificado políticas que atentan contra los esfuerzos de integración en América Latina y que son violatorias de la dignidad y los derechos humanos, no es obra del pueblo dominicano ni del pueblo haitiano, que convivieron y aún conviven en paz en muchos territorios y en las más difíciles condiciones.
El odio, el miedo y la sospecha entre ambas sociedades han sido cultivados al punto de ser una doctrina, de la cual se nutre un rentable negocio de las élites políticas, mediáticas y económicas; muchas veces inseparables una de otra como suele pasar en las sociedades dependientes y subordinadas, con oligarquías pequeñas y estrechamente fusionadas, supeditadas históricamente a las potencias.
Del lado Este (República Dominicana), el odio tiene un punto de origen histórico y también ideológico. Sobre el particular, es esclarecedor el informe que en 1931 redactó Francisco Henríquez y Carvajal, ministro de Trujillo en Haití, dirigido a la cancillería dominicana. Rafael Leonidas Trujillo, militar entrenado por EE.UU. y jefe de la guardia creada en la ocupación, iniciaba entonces una larga tiranía sanguinaria de 30 años. Decía allí Henríquez y Carvajal:
Lo que precipitó sobre nuestro país la gran masa de inmigrantes haitianos fue la realización parcial del postulado financiero que sirvió de base económica a la ocupación del territorio de la República Dominicana por las fuerzas navales norteamericanas. Ese postulado, no publicado, pero si perfectamente conocido, fue: “tierras baratas en Santo Domingo, mano de obra barata en Haití”. Y la conclusión: adquirir las tierras en Santo Domingo y trasegar hacia nuestro país la población de Haití. Ese plan empezó a ejecutarse, por un lado, con la fundación del gran central “Barahona”, y por otro, con la construcción de la Carretera Central; derramándose luego por todo el país agrícola, y en todos los oficios urbanos, la gran inmigración haitiana.
Las raíces de la inmigración masiva desde Haití venían señaladas en el reporte de Henríquez y Carvajal, y están en la economía neocolonial de la ocupación de Estados Unidos. Al mismo tiempo, el informe deja el enfoque de “derrame” de la inmigración, a la que Henríquez en el mismo documento llama “ola invasora que luego en vano han querido contener las leyes y los reglamentos dictados no sólo por los dominicanos que han ocupado en estas últimas décadas el poder; sino también por el mismo gobierno militar americano”.
La contradicción entre una “inmigración” traída como “mano de obra barata” por el postulado de una potencia ocupante y la noción de una “ola invasora”, pone de relevancia la noción de “invasión haitiana” era ya un asunto doctrinario e ideológico de carácter naturalizado y posiblemente ya incuestionable, aun cuando se racionalizaran sus causas y características objetivas.
Pocos años más tarde, el tirano Trujillo llevaría a cabo la masacre de 1937, en la que se asesinaron a miles de haitianos que “invadían” territorio dominicano, pero todos en la zona fronteriza. No fue ultimado ni uno solo de los trabajadores haitianos de los ingenios de azúcar, en aquella época, principalmente de capital norteamericano. En 1933, mediante una ley, se había iniciado en el país la política de “dominicanización del trabajo”.
En 1939, en la graduación de estudiantes de derecho de la Universidad de Santo Domingo, Trujillo pronunciaría un discurso de fuerte contenido nacionalista, que ahonda en la doctrina de “defensa” y “supervivencia” frente a la imagen del haitiano salvaje e invasor. Se hace ya manifiesto el concepto de “haitianización” como peligro para la “nación”:
Si mis manos se han manchado de sangre, ha sido para salvar de la haitianización del país a la generación de ustedes. Dentro de cincuenta años, la ocupación pacífica del territorio nacional por parte de Haití significará para ustedes que los haitianos podrán elegir autoridades dominicanas, podrán poner y disponer, podrán mandar a Duarte y los trinitarios al zafacón de la historia y anular para siempre sus ideales y su abnegada lucha, los cuales no tienen ningún sentido para los haitianos.
Jóvenes dominicanos, en esa gente no se puede confiar, cuiden su país y con más ahínco después de mi desaparición del escenario político nacional. (…) No dejen que les invadan sus casas ni sus haciendas, ni su patria y mucho menos que se las arrebaten con argucias o con fuerzas.
Uno de los más importantes intelectuales y funcionarios del régimen, Manuel Arturo Peña Batlle, será parte clave en las políticas y la doctrina anti-haitiana durante el trujillato. Se puede citar su discurso en la localidad fronteriza de Elías Piña, en 1942, tres años después del discurso de Trujillo y a cinco años de la masacre. Ese discurso manifiesta un racismo en nada distinguible de la ideología nazi, pero a la vez con un abierto clasismo. Es el haitiano pobre, de la masa, el que trae problemas y al que hay que impedir inmigrar. Y su deformación es biológica, irreparable, una falla natural que lo hace insoportable:
Después de largos años de alternativas y de constante labor logramos finalmente dejar solucionada, merced a la decisiva intervención del hombre que cumbrea nuestra historia contemporánea, la más vieja, difícil y complicada cuestión de Estado que haya ocupado jamás la mente y la atención de nuestros gobernantes: me refiero a la delicada cuestión fronteriza que desde 1844 nos dividió de Haití.
(…) No hay sentimiento de humanidad, ni razón política, ni conveniencia circunstancial alguna que puedan obligarnos a mirar con indiferencia el cuadro de la penetración haitiana. El tipo-transporte de esa penetración no es ni puede ser el haitiano de selección, el que forma la élite social, intelectual y económica del pueblo vecino. Ese tipo no nos preocupa, porque no nos crea dificultades; ese no emigra. El haitiano que nos molesta y nos pone sobre aviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera. Ese tipo es francamente indeseable. De raza netamente africana, no puede representar para nosotros, incentivo étnico ninguno. (…) Hombre mal alimentado y peor vestido, es débil, aunque muy prolífico por lo bajo de su nivel de vida. Por esa misma razón el haitiano que se nos adentra vive inficionado de vicios numerosos y capitales y necesariamente tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas en los bajos fondos de aquella sociedad.
El informe de Henríquez y Carvajal y el conocimiento de cómo funciona hoy el orden mundial, permiten ver que tanto “invasión” como “fusión” son mitos; que en realidad el contacto entre “tierra barata” y “mano de obra barata” es un gran negocio y que, como advertía el poeta nacional e historiador dominicano Pedro Mir, el verdadero problema puede estar en otro lado, especialmente en los intereses de quienes luego de la Independencia dominicana tomaron el poder y mientras se presentaban como nacionalistas y antihaitianos, perseguían la anexión del país a España o a Estados Unidos:
Las luchas contra Haití representaron un doble papel: al mismo tiempo que frustraban o entorpecían las tentativas anexionistas, servían a la acción anexionista dominicana como bandera para reclamar ardientemente la injerencia extranjera, en base a una supuesta incapacidad del pueblo dominicano para sostener su soberanía, a pesar de las reiteradas y concluyentes victorias militares contra las huestes haitianas.
Explicaciones como las de Pedro Mir revelan algo muy importante: la doctrina del miedo y el odio a Haití encubre y sirve como distractor para la verdadera agenda de intereses y propósitos de la élite que conducirá política y económicamente República Dominicana a poco tiempo de conseguida la independencia.
En el caso de Trujillo, se puede develar algo muy parecido. No sólo que mientras el tirano señalaba y acusaba en el inmigrante haitiano todas las posibilidades de “arrebatar” propiedades y derechos a los dominicanos, era él mismo quien se servía del poder estatal para convertirse en el gran monopolista de las actividades económicas, financieras, comerciales y sociales de la República Dominicana como verdadero monarca-propietario del país. Asimismo, bajo su mandato la política de “dominicanización del trabajo” funcionaba como un parapeto ideológico para obtener legitimidad entre la población, siendo Trujillo el gran explotador de la fuerza de trabajo dominicana, y siendo él quien regulara la entrada de inmigrantes haitianos como mano de obra forzada para la industria del azúcar, continuando de manera sistematizada la política de la ocupación norteamericana. La política de “dominicanización” fue un excelente instrumento de domesticación y sometimiento de la fuerza de trabajo, junto a las políticas antisindicales y represivas que desarrollaba a nivel interno.
En efecto, bajo Trujillo las cifras oficiales de inmigrantes haitianos establecidos decayeron de 52.657, en 1935 antes de la masacre en la frontera, a 19.193 en 1950, pero para volver a elevarse a 29.500 en 1960, al término su oprobioso régimen, volviendo a estar en los niveles alcanzados durante la ocupación norteamericana.
Detrás de la doctrina del miedo y del odio nacionalista a la “invasión” haitiana, el dictador dominicano Rafael Trujillo había establecido una trama de corrupción y abusos para manejar de manera directa, con el propio Estado haitiano, una industria de trabajo forzado en la producción de azúcar, que lo beneficiaron a él y a sus empresas durante largos años.
Haití: un país aún invadido
Una vez ocurrido el terremoto de 2010 en Haití, Bill Clinton hizo una devastadora declaración:
Tengo que vivir cada día con las consecuencias de una decisión mía que fue, quizás, buena para algunos de mis granjeros en Arkansas, pero que fue un error porque trajo también como resultado la pérdida de la capacidad de producir arroz de Haití y, consecuentemente, de su capacidad de alimentar a su pueblo. Fue resultado de algo que hice yo. Nadie más.
De esa manera, alguien que había sido presidente de la mayor potencia económica y militar del planeta reconocía cuánto poder tenía sobre el destino de Haití, produciendo hambre y pobreza, con el fin de “abrir” mercados a sus empresarios. Que haya sido un “error” probablemente sea discutible.
Es el mismo Haití que sufrió la invasión y ocupación norteamericana desde 1915 hasta 1934, y luego el apoyo a la brutal tiranía de Duvalier. Haití, que en 1991 sufriría un golpe de Estado, al igual que en 2003, con la presencia recurrente de las tropas norteamericanas y el secuestro de un presidente; el mismo Haití donde las embajadas de algunas potencias discutieron la opción de secuestrar al Presidente René Preval y sacarlo en un avión del país, y se dice que el actual Presidente Martelly fue electo en comicios fraudulentos para impedir una segunda vuelta con la participación de un candidato de izquierdas. Recientemente se ha develado cómo la USAID ayudó con fondos y acciones al desempeño electoral del presidente saliente.
El mismo Haití que no tiene ejército ni fuerzas armadas y apenas posee una policía prácticamente desarmada. Ese Haití donde un terremoto que mató a 300 mil personas, acabó con el equivalente al 120% de su PIB, derrumbó los principales edificios institucionales y enterró al 30% de sus funcionarios. Ese país donde el dinero de la “reconstrucción” nunca llegó, o mejor dicho llegó un 10%, del cual 90 de cada 100 dólares se quedan en la burocracia nacional e internacional; el Haití intervenido militarmente y donde las tropas de Nepal trajeron el cólera que mató a alrededor de 8.000 seres humanos, de los cuales nadie se hace responsable. Ese Haití con un 70% de su población viviendo con menos de un dólar diario, y que llegó a tener un 90% de su educación privatizada. Es el Haití en que grupos con mucho poder, como los que existen en República Dominicana, han generado todo tipo de anormalidades comerciales y han impedido que se lograra un acuerdo de libre comercio propuesto por el actual presidente dominicano Danilo Medina, para seguir manteniendo a la población en la miseria pero presa de importadores y oligopolios comerciales.
Es el Haití al que en 2009 se refiere Paul Collier, “experto internacional” en migraciones y desarrollo, quien en un informe solicitado por Naciones Unidas apela a la miseria generalizada del pueblo haitiano como su gran factor de “competitividad”, en tanto fuerza de trabajo barata sobre-explotada en la producción de maquilas:
Haití tiene una oportunidad económica extraordinaria {…}. Desde la perspectiva del acceso a los mercados, Haití es ahora la locación para producción de prendas más segura del mundo (…) Claro, esto no es suficiente: los costos de producción deben ser globalmente competitivos. Pero ahí de nuevo los factores fundamentales son propicios. En la industria de las prendas el componente más importante es el costo del trabajo. Debido a su pobreza y mercado laboral desregulado, Haití tiene unos costos laborales muy competitivos frente a China, que es parámetro mundial. El trabajo haitiano no es sólo barato sino que también es de buena calidad (…) Siendo la única economía de salario bajo en la región, tiene una ventaja de transporte sobre otras economías de bajos salarios que se encuentran distantes.
Pero la doctrina del odio y el miedo es poderosa. Con ese panorama frente a los ojos, a mitad de 2015, un comunicado oficial del gobierno dominicano se refirió a los inmigrantes haitianos y haitianas como personas que han cruzado a República Dominicana “como Pedro por su casa”; lo que se agrega a expresiones despectivas sobre los inmigrantes, identificados como “carga”, “fardo” o población proveniente de un país en el que no encuentran nada y se hallan “abandonados” para buscar “las oportunidades que no tienen en su país”.
Un eco desgarrador y tenebroso se hizo sentir en esas declaraciones del gobierno dominicano. Fueron Trujillo, Balaguer y Peña Batlle quienes establecieron en su régimen la doctrina de que los haitianos son un conglomerado que “invade” con la intención de elegir, decidir y gobernar República Dominicana, “arrebatando con argucias y fuerzas” las “casas, haciendas y la patria” de los dominicanos.
Una niña observa a los oficiales de inmigración, antes de partir a Haití: Foto: Orlando Barria (EFE)
¿Los inmigrantes haitianos vienen a “quitar” algo a República Dominicana?
La Encuesta Nacional de Inmigrantes 2012 (la única fuente de información sobre inmigración en República Dominicana, gracias a la colaboración ONE, las Naciones Unidas y la Unión Europea), los inmigrantes en el país aportaban alrededor del 5.4% del PIB, esto es unos 3.300 millones de dólares. El 87% de los inmigrantes en el país son haitianos y haitianas, y ganan en promedio la mitad del salario que percibe el otro 13% de inmigrantes no haitianos establecidos en República Dominicana.
La suma del gasto público en salud y en educación (excluida la universidad), en el año 2015, ha sido aproximadamente 3.955 millones de dólares. Según estimativas de los ministerios de Salud Pública y de Educación dominicanos, los inmigrantes haitianos y los haitianos en tránsito se benefician con un gasto total anual cercano a los 150 millones de dólares.
En resumen, los haitianos y haitianas inmigrantes aportan económicamente al país el equivalente al 72,6% de todo lo que el Estado destina al gasto en salud pública y educación pública no universitaria. Mientras tanto apenas se benefician con un 2,9% del gasto social. ¿Bajo esas condiciones puede sostenerse que las atenciones en salud y educación que reciben los inmigrantes haitianos son una pesada “carga” para los dominicanos?
Haití es el único país con el cual República Dominicana tiene balanza comercial positiva, vendiendo a ese mercado unos 2.000 millones de dólares anuales. En 2010, los haitianos que vivían en el exterior mandaron a su país 1.300 millones de dólares, alrededor del 25% del PIB de su país de origen. Los haitianos vienen a República Dominicana a producir riquezas en la economía local, y también a enviar remesas. Igual que los dominicanos migrantes, que en 2013 mandaron al país remesas por 4.200 millones de dólares, el 63% desde Estados Unidos y Puerto Rico. A los inmigrantes haitianos (como a ningún otro en ninguna parte del mundo) jamás les ha interesado ni nunca han ejercido un “plan de destrucción” de su fuente de bienestar o supervivencia. No cabe duda que esos 1.300 millones de dólares que regresan a Haití bajo la forma de remesas, son vitales para ser actualmente los segundos compradores de productos dominicanos en el mundo, sólo superados por Estados Unidos.
El muro fronterizo o el negocio de la demagogia en República Dominicana
¿Por qué el empeño en tratar de deshumanizar y criminalizar a los inmigrantes haitianos? ¿Por qué insistir en la inmigración para explicar el déficit de los servicios públicos en República Dominicana?
¿Qué decir sobre todos los dominicanos ahogados y comidos por tiburones en el Canal de La Mona acaso tratando de “invadir Puerto Rico”? ¿Cómo no hablar de los cientos de jóvenes dominicanos que se incorporaron en la invasión norteamericana en Irak y Afganistán, muchos de ellos hoy muertos, buscando como recompensa la ciudadanía prometida por George W. Bush en su War on Terror?
Sobre este fardo de prejuicios y conceptos alienantes, un grupo de dirigentes políticos, congresistas, periodistas y hacedores de opinión han decidido pedirle a la ciudadanía un millón de firmas para apoyar la construcción de un muro fronterizo que separe ambos países.
Un reciente reporte del Observatorio Político Dominicano detalla cómo en las cinco provincias que hacen frontera con Haití, “el 53% de los hogares aún usa letrina y peor aún, el 17% no tiene ningún tipo de servicio sanitario. En cuanto al combustible que utilizan para cocinar, el 23% todavía cocina en leña y el 10% con carbón. El 64% de los hogares de la frontera no tiene servicio de agua dentro de la casa, el 48% tiene paredes construidas de madera u otro material de menor calidad y 14% posee piso de tierra. De igual forma, el 17% de las viviendas no tiene acceso al suministro público de energía eléctrica, por lo que sus habitantes tienen que suplir sus necesidades de alumbrado con el uso de lámparas de gas (propano o kerosene) o abastecerse de una planta eléctrica propia”.
En cuanto a desarrollo productivo y fuentes de empleo, pese a que existe una ley desde 2001 con amplios privilegios para quienes inviertan en esa zona, tan sólo 95 empresas se han acogido e instalado allí, generando menos de 10 mil puestos de trabajo. En las provincias de Independencia y Bahoruco, los empleos en aquellas empresas acogidas a la ley de desarrollo fronterizo no representan más que 2% o 1% del total de las personas ocupadas. Hay que decir que 74% de esos puestos son ocupados por dominicanos; por lo cual, la presencia de fuerza de trabajo inmigrante no es la variable determinante en la miseria generalizada y la falta de empleos decentes, estables y bien pagados.
Un muro de hormigón armado y 6 metros de altura que cubra los 382 kilómetros lineales de frontera domínico-haitiana, costaría a razón de 5.225 pesos el metro cuadrado, en total unos 12 mil millones de pesos, esto es: 260 millones de dólares. Esta es prácticamente la misma cifra que el sector privado ha invertido en crear empresas en la zona fronteriza entre 2001 y 2015; el 80% de todo el apoyo en exenciones tributarias que el Estado y el pueblo han dado para estimular la instalación de empresas en esas cinco provincias; el 60% del presupuesto del Ministerio de Defensa; el 37% del presupuesto anual de todo el Ministerio de Interior y Policía; 52 veces el presupuesto anual del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza; 18 veces el presupuesto anual de la Dirección General de Migración; prácticamente el 50% de todo el gasto nacional de 2015 en construcción de nuevas escuelas públicas; un 50% más que todo lo que el Estado gastará este año en viviendas y servicios comunitarios a nivel nacional. El equivalente a 1 millón de veces el costo de la canasta básica de sobrevivencia de los que viven en condiciones de pobreza en República Dominicana. Todo eso destinado a un muro que atravesará cinco provincias donde hay más letrinas que sanitarios, más cubetas que acueductos y más ranchetas que casas dignas.
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